23 de agosto de 2008

Verano en la Catedral de Alcálá de Henares

En agosto, las fes se abrazan a las columnas de la catedral buscando refrigerio. Cuesta creer con lo que está cayendo afuera. Pero en este magnífico templo se refresca el alma y las fes vuelven a su sitio.

Yo sigo en el mío, descreída y absorbiendo el frío de la piedra, la grandeza de sus arcos, el color de las vidrieras y la música de fondo (sí, sí, así de modernos son aquí, Gregorianos y similares, por supuesto). Empiezo a soñar por un momento, en mi eterno mundo de ideales, que la catedral se vacía de cruces y pinchos y se transforma en un templo de culto a la vida, al amor, a la alegría. Bajo sus arcos bailamos, estamos en silencio, nos damos la mano, pero no rendimos cuentas nada más que a nosotros mismos. (Después de unos minutos de ensueño, Anita la fantástica vuelve a la realidad.)

Me siento libre, porque los cristos y las vírgenes no me miran a mí. Las velas sin llama no esperan mis 10 céntimos ni mis preces. Sólo cuando veo una cabeza gacha, mucho, como queriendo que se la traguen las baldosas; miradas sumisas al Cristo en la cruz, expiando culpas; unos besos efusivos y pequeños en los pies de Jesús. Entonces sí, siento un leve pesar, un deseo estéril de que mis hermanos se hubieran desprendido ya de papá y mamá y no encadenaran sus vidas al templo del dolor y el pecado.

Lo ilustro con estas fotitos porque pese a que no es lo mío (como veis llevan fecha y todo), creo que pueden transmitir algo de la belleza de esa construcción.













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