21 de junio de 2012

Me gusta cuando
por casualidad
veo cambiar la hora en el reloj.

Es como si participara
de una extraña magia que ocurre cada día
aunque no la presencie.
Como asistir
al segundo exacto
en que se construye el tiempo.

Cuando miramos el reloj
normalmente está quieto.
El representante de ese loco irreductible
al que no hay forma de detener
se muestra estático,
como si escondiera la mano
cada vez que cambia la hora.

Por eso, cuando veo a ese 5
convertirse en un 6 orgulloso
que no sabe que le queda un minuto
para ser desplazado,
no puedo dejar de sentir cierta alegría
un infantil regocijo que dice:
¡te he pillado!