30 de agosto de 2006

Cuando el descanso me busca,
el cielo de los sueños
está ya repleto de oficinistas,
parece que no hubiera hueco para mí
(ojalá).
Pero me resisto,
invento haikus*
y dibujo en el margen
sinsentidos de adornitos.
Mi mano también necesita
explorar mundos sin letras.

Todo tipo de viajes
de líneas azules
sobre este universo blanco,
acogedor ahora,
por no emprender
el nada apetecible camino
con destino al despertador.

Un lunes más
de números,
teclas y cajitas cerradas:
diminutos recuadros
donde no cabe un sueño,
ni pequeño.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

* Es viernes tarde
los árboles me esperan
me duele el lunes.


Llegar importa
pero el camino es vida,
¿hueles la lluvia?


Rozando el mar,
sortilegio del viento,
el tren me acuna.

19 de agosto de 2006

Una mañana de junio

Hoy hace un día balsámico.
Sólo existir
al aire
puede curar.

Un viento de sol
que refresca
el alma.

Una tarde de mayo

La lluvia
trae otros paisajes,
otra luz.
Una tarde marrón
con luz de fantasmas,
y gotas que pesan
sobre la acera,
sobre mis brazos.

Luz de fantasmas...,
me abraza
y al tiempo me araña.
Inhóspita
pero envolvente,
como un sueño.

18 de agosto de 2006

He vuelto a nacer
y esta vez
me he encargado yo personalmente
de cortar el cordón umbilical.

14 de agosto de 2006

¿Sueñas o vives?

Si prefieres soñar a estar despierto
es hora de quitarte
las telarañas, los relojes
y empezar a jugar.

Mánchate, revuélcate
en la vida.

7 de agosto de 2006

Me arden los números
en las cuencas de los dedos,
que gritan delfines
y un rumor,
lento,
de sueños.

4 de agosto de 2006

El sabor de las palabras

Me gusta la palabra aroma
porque hace viajar mi mente
hasta lugares remotos.

Me gusta la palabra vieeento,
desordena mi pelo y refresca mi frente.

Me gusta la palabra bululú:
juega con voces que no son suyas (¿o sí?)
como mi lengua cuando la pronuncia.

Me gusta la palabra ámbar,
cae sigilosa, como si supiera que es la hora de la siesta,
haciendo eco en mi paladar.


No me gusta la palabra anafiláctico,
intuyo un feo significado y se me clava en el omóplato.

No me gusta la palabra hipoteca,
golpea mis dientes con una certeza: aún no son míos.

No me gusta la palabra impotencia,
porque ata las manos, porque aunque te vuelvas del revés
sigue ahí.

No me gusta la palabra perfecto,
empieza desafiando mi dicción
y termina juzgando mis acentos, mis tiempos verbales,
las cortinas de mi casa.