20 de septiembre de 2011

Succionador de mails enviados o la neurosis hecha carne

Hace tiempo que vengo dándole vueltas. Soy demasiado impulsiva. Lo sé. Me viene la cosa, me sube, memememe... y la acabo sacando por los dedos, sí, por los dedos. El amor, el odio, la ironía, la ñoñería, la ingenuidad más naif que puedas echarte a los ojos. Y eso no sería lo peor. No. Quedaría ahí, en un archivito, guardadito, sin que nadie lo viera. Pero no, noooooooooooo, ella va y pulsa... (sí, en ese momento decir lo que siente es lo más importante, expresarlo, sí, por qué no, ella es así, qué hay de malo) ... pulsa...... ENVIAR. NOooooooooooooooooooooooooo. Me temo que síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Ahgggggggggggg. Ella, que soy yo en un acceso de desdoblamiento de personalidad, más que nada para ver si así, desdoblándome, puedo echarle el muerto a la otra. Pero no funciona. Y ahora, después de pulsar la teclita es como si la mente se volviera del revés. Uf, y si no contesta. ¿Me habré pasado? Sí, jo, creo que me he pasado. Quién me manda, buahhhhh.

Y en ese momento sueño, invento, añoro, mataría por el succionador de mails: vuelve, vuelve aquí antes de llegar a ninguna parte!!! Te lo ordeno! Y con una sencilla tecla en la que pone Desenviar, fsiummm, de vuelta a casa!! Y si en ese breve microsegundo hubiera llegado el mail a su destinatario, una nube cruzaría su cabeza y fsuppp, aquí no ha pasado nada, todo ha sido un sueño. Y efectivamente, todo ha sido un sueño, pero mío, aún no existe el succionador de mails ni la tecla Deshacer (y esta da para otra entrada). Esto, todavía, es el mundo real.