13 de julio de 2007

Sensores insensibles o el baile del retrete (de señoras)

Entras. Se hace la luz. Uy qué bien, piensas. Y cuando ya estás en posición de intentar no mancharte, es decir, con los pantalones remangados para que no se mojen en el suelo infecto, sujetándolos en los muslos para que no se caigan a ese mismo suelo, midiendo la distancia entre la taza y tú para no rozarla y vigilando que no se caiga el bolso que has colgado precariamente del pomo porque ¡no hay percha!, entonces y sólo entonces, se va la luz como ha venido, por su propio pie.

Descubres, con la sabiduría que da la emergencia, que agitando el brazo en el aire durante un rato, vuelve, y te sientes como Karajan dirigiendo tu propio concierto. Pierdes la concentración, así no hay forma. Te acuerdas de todo el árbol genealógico del dueño del bar, pero te sientes en el fondo un poco Dios con el toque mágico de tu brazo.

Antes de medio minuto se repite la operación. Vas cambiando de brazo para aprovechar y hacer algo de ejercicio. Cuando, después de tres horas más o menos, por fin has terminado y vas a lavarte las manos, tienes que entrar y salir varias veces (ahora no se te ocurre lo de agitar la mano) porque aquí en lugar de medio minuto la duración es de aproximadamente quince segundos. Por supuesto, acabas lavándote a oscuras. Abres el grifo, cuando has puesto las manos bajo el chorro ya se ha ido. Y tus manos empiezan una carrera absurda para correr más que ellas mismas. Después de un rato y mucha mala sangre consigues semilavarte. Lo de secarte ni lo contemplas.

Sales de allí, por supuesto sin luz, y con una sensación de absurdo total. Ante esta situación de cómic junto a tu cabeza se dibuja un globo lleno de exclamaciones e interrogaciones, de rayos y bombas.


Aunque este es un caso algo extremo, me ocurrió hace unos meses. Pero es común que sin llegar a tanto, las luces de los servicios públicos estén programadas para lapsos de tiempo ridículos, que no tienen ninguna relación con el tiempo real que se necesita. Y desde luego les diría unas palabritas a los responsables. Intentar ahorrar, que no sé si al final ahorran tanto, a costa de la incomodidad de sus clientes dice muy muy poco de ellos. En fin, son tantas las cosas que en un momento dado querríamos cambiar y tan difícil hacerlo, que en el camino vale la pena reírse un poco. Pero a veces se consiguen cosas, y me he alegrado mucho cuando hace unos días escuché la noticia de que a partir de ahora se regula por ley la temperatura del aire acondicionado en las empresas (creo que es sólo en las empresas), y se deja así de tener temperaturas de Polo Norte aquí en Europa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueníiiiiiiiiiiiiiiisimo. Ese episodio nos ha pasado a todos un montón de veces y sólo, leyéndote, he visto lo cómico que puede ser, como si de una cámara oculta se tratase.
La próxima vez me colgaré el bolso del cuello y empezaré a agitar la mano,mientras con la otra sujeto la puerta y hago equilibrismos para acertar dentro y no manchar mi ropa.
Esto requiere concentración y gimnasio para estar en forma.

Reportera de interiores dijo...

Hola, pececita, qué alegría leerte por aquí.

Me alegro de que le hayas visto el punto cómico, de eso se trataba.

Muchos besos.