31 de diciembre de 2009

Parece más sencillo

Jaime encontró una pestaña en su mejilla y la cogió cuidadosamente con el índice y el pulgar. Desde que su hermana le había enseñado aquel juego cuando eran niños, lo practicaba cuando nadie le veía. Se quedó mirando fijamente la pestaña mientras sus labios se preparaban para soplar.

"El amor de mi vida... No, no, a ver si por pedirlo para toda la vida, no llega nada. Un amor, simplemente, aunque no sea para siempre... Seré imbécil, por no atreverme a pedir lo que quiero, me castigará el señor este de las pestañas y no me concederá nada. Bueno, o... un rollo, nunca se sabe por dónde viene el amor... ¡Ay, no me aguanto...! ¡Que desaparezca esta indecisión, por dios, sólo pido eso!".

Y sopló, cerrando muy fuerte los ojos y encogiendo el alma, como si quisiera hacerse muy pequeño para dejar de ser un obstáculo en el camino hacia su deseo.

2 comentarios:

Javier Díaz Gil dijo...

Ana, te agradezco tu comenbtario en mi blog. Acabo de hacerme seguidor del tuyo. Confieso que me he rendido ante tus post de reflexiones breves,y tu prosa poética. Un abrazo amiga
Javier

Reportera de interiores dijo...

Javier,

encantada con tu confesión, desde luego. Será un gusto verte o sentirte por aquí y escuchar tu voz cuando te apetezca hablar. :-)

Una sonrisa grande,ana.