22 de septiembre de 2008

Nunca probéis colonia en Día

Después de todo un día convaleciente arrastrándome del sillón al ordenador, intentando hacer algo de provecho, decido salir ya de noche sólo para que me dé el aire en la cara y para constatar que no soy la única alma que habita mi barrio. Como tengo que comprar un par de cosas y me han cerrado ya la biblioteca, que es donde me gusta a mí darme baños de gente (es que mezclados con libros, música y cine dan más gustito), pues decido ir a Día. Han reformado este verano el que tengo más cerca de casa, con lo que ya no es el cutre super en el que cada dos por tres había huecos enormes de productos sin reponer o una mancha en el suelo, abandonada, de claras y yemas. Buaghhh.

Ahora es ¡Día Market! y parece el hermano rico del anterior. Un gusto, la verdad. Tiene muchas más cosas que antes, incluso una mini sección de perfumería. Y como había decidido que fuera mi terapia de esta tarde, ya que no tenía fuerzas ni para una vueltecita por el parque, me he dicho: "A ver, qué puedo hacer, qué capricho me puedo dar..., a ver..., unas galletas que se caen en mi cesta... y... a la vuelta del pasillo, colonia. ¡Probar colonias!" .

Para nada es algo que yo suela hacer, pero en este día sumamente tonto y depresivo a la par que lluvioso, pues de repente eso era un sucedáneo de aliciente. Mira que podía sosprechar perfectamente que a esos precios no iba a encontrar los aromas más deliciosos, pero qué podía perder. La cara interna de sendas muñecas se vio rociada con perfume barato e intenso, que en un instante ha pasado a la punta de mi nariz. Ahora tocaba esperar un poco a que la esencia se acoplara a mi piel y disminuyera la intensidad.

Ya en la cola de caja veo que tengo detrás un chico bastante aparente. No llevaba cesta, sino una pila de cosas entre los brazos haciendo equilibrios. Típico resultado del pensamiento: "Voy a por un par de cositas, no cojo cesta" que luego se convierte en: "Ah, mira, y esto también me hacía falta, uy, cómo me apetece eso...". Justo al ir a colocarlo detrás de mi compra en la cinta de caja, amenaza un brick de leche con tomar su propio camino. Yo, que estaba ya un poquito pendiente y había hecho un amago de sujetar lo que hiciera falta, freno el cartón de leche y después le digo una frase simpática haciéndome la natural y cruzando la mirada sólo un instante. (Estaba bien, pero creo que no acababa de gustarme. Demasiado serio, ¿quizá un poco gay?) Él contesta amablemente después de unos microsegundos en que parecía que no se iba a dignar a decir ni mu. Yo, ya sin excusa para seguir medio girada hacia atrás, atiendo a mi compra mientras mi nuca le mira de soslayo pensando que se lo he puesto fácil si quisiera aprovechar la ocasión. En realidad creo que ni me ha visto. En eso me llega como un dolor la pesadilla de colonia que en maldita hora minutos antes he jugado a rociarme en la muñeca. En fin, es cierto que mi olfato es privilegiado, pero me temo que ante semejante vulgaridad aromática o muy mal tenía que tener él la pituitaria o si no tendría que haber sido muy indulgente con los olores, cosa difícil en una primera impresión. Yo hubiera hecho lo mismo.

No ha dejado de ser una anécdota. A mí tampoco me maravillaba él. Pero, ahora que es la hora de acostarme y todavía no me ha abandonado el sello ya mucho más sutil, casi apacible, del perfume circunstancial de Día, me hago una promesa. No volveré a jugar con las colonias de menos de diez euros. Nunca sabes dónde te espera el hombre de tu vida y no es cuestión de espantarle con la que ni siquiera es tu colonia.

No hay comentarios: