14 de noviembre de 2007

La belleza, esa gran desconocida

(Uf, qué largo me ha salido, yo en internet no suelo leer cosas tan largas, vosotros veréis...)

Hoy he conocido a un feo. Y es extraño que yo califique a alguien así, porque no suelo encontrar gente que me parezca fea. Reconozco que escribir esta palabra me incomoda un poco, siento cierto pudor. Pero al mismo tiempo quiero dejar la realidad desnuda, o el juicio, porque al fin y al cabo no es otra cosa. Sus facciones cercanas al mono me llevaron a pensar primero que era un hombre poco cultivado, un poco paleto, para decirlo sin tapujos, pero en cuanto le oí hablar supe que me equivocaba, es entonces cuando pasó a ser sencillamente feo. Bueno, no, sencillamente no.
De las ocho personas que me acompañaban en esa reunión, sólo había una cuya sonrisa me secuestraba: el baile lento y rítmico de sus facciones; de cada milímetro de su rostro, para componer el ángel que llevaba escrito en sus ojos. Estaban en juego todos los músculos de su cara, diría más, todos los átomos de su cuerpo. Y creo que eran ellos los que enviaban a los átomos del mío una corriente vital, una sensación de veracidad, de que había frente a mí un ser humano que mostraba un trocito de su alma, sin pintar, sin operar ni maquillar. (Y yo, creo que soy un poco cursi, no va a quedar más remedio que reconocerlo, y estas cosas me emocionan mucho, mucho.)
¿Era feo? La luz que salía de él nublaba a todos los demás, que aunque no eran especialmente guapos tampoco eran feos. Pero ¿quién nos ha enseñado lo que es la belleza?, ¿quién lo sabe? No sé, yo también me hago un jaleo, sólo sé que aún colocándole en ese rango en un principio, después, mirándolo, hubiera querido tener una varita mágica para borrar a todos los demás de aquella sala y dedicarme al feo. A mirarle, escucharle, descubrirle. Ahondar en los atisbos de ternura que escapaban de sus ojos. Pero sin varita sólo pude admirarle hasta que acabó la reunión, evitar una urgente visita al baño para intentar coincidir unos momentos y después de un par de preguntas mías entre dos montañas de timidez, camino del metro, un pensamiento traicionero o realista que dice, vamos, es absurdo, no le vas a pedir el teléfono, entonces se bifurcan los caminos y tras una despedida breve, mientras mi mente pretendía estar ya en otro sitio, acababa de girar cuando escucho: encantado, y no tuve tiempo, no encontré ya la forma de volver a girar la cabeza. Y se quedó bailando dentro de mí, un "sí, yo también".

4 de noviembre de 2007

Incierta,
paseo por el pequeño libro
que me regalaste,
acariciando en sus páginas
tu frente,
rezando sus poemas
como mantras mágicos
que pudieran llevarme contigo
traerte a mí.
Si al menos
al cerrar los ojos
visitáramos esta noche
el mismo sueño.
Si tristeza
llanto,
si alegría
se arremolinan contentas mis lágrimas.
Ya casi no tengo esperanza
de dejar de ser
algún día
MUJER DE AGUA.